Allí se mezclaban los gritos de conducir bueyes del arado con el golpeteo de las hachas correntinas de los obrajes cercanos, y las canciones dolidas en las pacíficas tolderías tobas. Quizás fue lo único que se impuso: el nombre; lo demás se construyó entre todos: gringos, criollos y tobas.
Con la llegada de la industria del tanino, donde se sumaron hacheros y obreros venidos muchos del desangrado norte santafesino y de la hermana Paraguay, esa identidad se fortaleció. Pasaba el tiempo y, mientras muchos poblados y colonias otrora numerosos se despoblaban y confundían con la Resistencia que crecía y ofrecía oportunidades, pacientemente Puerto Tirol forjaba su destino de pueblo taninero unido en devoción por San José y Santa Rita.
Fueron muchos años, y no sin problemas porque nuestro país tiene sobradas experiencias, en que su gente, herederos ya de quienes formaron Tirol, se sumaban a hijos propios nacidos con sangre taninera, quienes le dieron esa impronta que lo hace distinto.
Hoy, consolidado en su perfil industrial, con nombre propio conseguido mediante el esfuerzo de generaciones, no renunció jamás a forjar una identidad donde se mezclan sin confundirse el chamamé de Heraclio y Emeterio, sus carnavales murgueros, sus paredes públicas llenas de arte, los versos y poesías de tantos poetas y escritores, su sana pasión futbolera, su religiosidad popular y su apego a la Laguna Beligoy y al Río Negro, casi como los describió Adolfo Cristaldo en su poema “Puebloamérica”.
Por eso, en circunstancias pandémicas, hoy hacemos un alto para recordar todo lo hecho y, desde nuestra identidad, comprometernos para construir lo que nos falta y para seguir parándonos en un lugar en el mundo. Eso sí, SIEMPRE ORGULLOSAMENTE TIROLEROS.
Feliz 132° aniversario de la imposición del nombre a Puerto Tirol”.