De especialidad Mar, el oriundo de Puerto Tirol y conocedor del río y el litoral, cuenta su experiencia en el océano, en la Armada Argentina y el vínculo especial que tiene con una agrupación de Veteranos de Guerra de Malvinas.
Este año, el Suboficial Segundo Miguel Ángel Romero se encuentra en el Liceo Naval “Almirante Storni” en Posadas, Misiones, cerca de su Chaco natal y los suyos, en un destino naval en tierra, luego de haber realizado numerosas navegaciones a bordo de los buques de la Armada. Su último destino en el mar fue el año pasado, en el destructor ARA “Sarandí”.
Miguel Ángel ingresó a la Armada en el 2001 con 18 años, hoy tiene 37. “Con una compañera del secundario vimos la propaganda y decidimos anotarnos; como no hay Delegación Naval en Chaco, fuimos a rendir a Corrientes. Más tarde, cerca de las fiestas, me llama un suboficial y me dice que si tenía una sidra la descorchara porque había entrado”, relató entre risas.
A partir de ahí comenzó lo que él define como una “travesía” cuyo punto de inicio fue la Escuela de Suboficiales en Buenos Aires. La instrucción militar le fue difícil en un principio, confesó, no sólo por encontrarse solo sino también por el desconocimiento de las rutinas.
Como anécdota recordó: “Llegué en enero y el 5 de febrero era mi cumpleaños. Justo ese día nos pusieron unas vacunas y nos dieron reposo. Fue un cumple inolvidable”, se ríe. Con la elección de la especialidad de Mar, finalizó su segundo año de instrucción y tuvo la posibilidad de embarcar en distintas unidades de la Flota de Mar; una de ellas en particular llamó su atención: el transporte ARA “Bahía San Blas”, donde pudo estar destinado en el 2003.
Allí vivió una de las experiencias que marcó su vida personal y profesionalmente: “Fui a la República de Haití en el marco de la Misión de Paz de Naciones Unidas y estuvimos con el buque en el momento que pasó el huracán Katrina. Cuando uno ve esa realidad, te cambia la perspectiva. Con el paso del huracán lo poco que había, se perdió. La falta de forestación y la intensa precipitación generaron un alud que depositó todo en el mar. Y ahí estábamos nosotros, intentando ayudar en medio del caos”, recordó.
A esta experiencia le siguieron destinos como Capitanía de Puerto y sus remolcadores, el multipropósito ARA “Punta Alta” y el destructor ARA “La Argentina”, en la Base Naval Puerto Belgrano. Y enfatiza que todas ellas fueron experiencias de puro aprendizaje: maniobras, diferentes tipos de navegación, uso de equipamiento, marinería, enumera.
Con la jerarquía de Cabo Principal llegó al buque oceanográfico ARA “Puerto Deseado” y pudo conocer la Antártida. Ese buque tiene su asiento en la Base Naval Mar del Plata, donde luego pasó por Servicio Marítimo y, nuevamente, a prestar servicio en una unidad de la División Patrullado Marítimo: el aviso ARA “Alférez Sobral”.
“Resultó que era el más antiguo de la especialidad, y por ende se me asignó el cargo de contramaestre; esto me sorprendió, ya que no es común con esa moderna jerarquía militar acceder al puesto, pero enfrenté el desafío. Salí con los submarinos en todos sus ejercicios, sacamos muestras de fondo de la bahía Samborombón, realizamos patrullas y actividades con los buzos”, destacó de su tránsito por aquella ciudad.
Con la inminente realización del curso para el ascenso a Suboficial Segundo, Miguel Ángel volvió a Puerto Belgrano. Confiesa que la ciudad le gusta mucho, sus ritmos, la seguridad y es el mejor lugar donde criar a sus hijos Siara, Uma y Bastián. Hoy se encuentra en un nuevo destino, en el Liceo Naval “Almirante Storni”, que le permite estar más cerca de sus padres y compartir más con ellos.
Además de la naturaleza que caracteriza al litoral argentino, Miguel Ángel recuerda de su provincia el olor a tanino: “Ese aroma, que es producto del trabajo con los quebrachos, se te impregna en la ropa y es algo que nunca podré olvidar”.
Contó que en Puerto Belgrano se desempeñó como contramaestre del destructor ARA “Sarandí” donde realizó la última navegación acompañando al siniestrado submarino ARA “San Juan” y participando, luego, del operativo de búsqueda.
También contó que en sus últimos días de embarco en el “Sarandí” fue convocado por el Segundo Comandante del buque para colaborar en la restauración de una imagen de la Virgen Stella Maris que sería donada a la Agrupación Veteranos de Guerra “2 de Abril de 1982”.
Una estatuilla y el orgullo de reconocer a los veteranos
Enseguida asumió el desafío, el hecho de que fuera para los veteranos simbolizó una gran responsabilidad para él: “Me enorgullece el reconocimiento que me dieron, no lo hice para que me destacasen porque era yo quien mediante este trabajo de pintura que realicé junto a mi mujer, quería reconocerlos a ellos”, aseguró.
“Pedí autorización para realizar el trabajo en mi casa, porque sabía que mi mujer Cintia me podía ayudar porque en ella el arte es innato”, comentó orgulloso de la madre de sus hijos. “Le dije que se enfocara en el rostro que es lo más delicado y yo en las olas del mar sobre las que está posada la Virgen. He visto el mar en toda su extensión, colores y texturas, y me ayudó a saber cómo quería que se viera.”
Entregada por el capellán de la Flota de Mar, padre Luis Toya, luego reparada por personal del Arsenal Naval Puerto Belgrano, Miguel Ángel y Cintia la pintaron, y la dotación del “Sarandí” ultimó los detalles para poder ser donada a la sede de la agrupación mediante la realización de una ceremonia.
Los integrantes de la Agrupación Veteranos de Guerra “2 de Abril de 1982” de Punta Alta –ciudad vecina a Puerto Belgrano– y su presidente, el Suboficial Mayor (RE) VGM Juan Fernández, recibieron con alegría la imagen de la Virgen y la colocaron en un lugar destacado en la Estación Barilari de la Base Naval el 16 de diciembre pasado.
Ese día, el capellán castrense Luis Luna bendijo la figura y el presidente de la agrupación señaló que el lugar donde fue entronizada la imagen, será en el futuro un cenotafio donde los familiares puedan rendir homenaje a los caídos en el conflicto.